OFENSAS

—¿Qué?— Le pregunté cuando cerré la puerta del coche.

—Nada.— Volvió a encender el motor y se dirigió hacia la autopista. —Me siento mucho mejor ahora que conozco a la verdadera tú, Elena.

—Es curioso. La mayoría de los solteros como tú se conformarían con mujeres libres. Sin embargo, te enteraste de esto y aun así te quedaste conmigo—. Murmuré, apoyando el codo en la ventana. —Dime, ¿estás intentando meterte en mis pantalones?

La risa ronca de Zamir envolvió todo el coche.

 —Si lo que quiero de ti es sexo, conozco a muchas mujeres que están dispuestas a dármelo aunque yo no lo pida.

Me burlé y puse los ojos en blanco. Pero tenía razón.

—Sólo dilo, Zamir. No quiero asumir cosas que realmente me quieres aunque ya sea madre.

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