Todo el aire, absolutamente todo el aire respirable de aquella habitación desapareció cuando Connor vio a Malía abrir los ojos. Se miraron por un instante que pareció infinito y el único movimiento que se hizo fue el de la mano pequeña de la muchacha anclándose en la nuca de Connor para acercarlo a ella.
Se levantó sobre uno de sus codos y alcanzó su boca con decisión. Lo sintió tensarse, respirar pesadamente y aceptar sus labios. Malía encontró su lengua y jugueteó con ella. Extrañaba aquella sensación, las cosquillas en el vientre y la forma en que su piel se erizaba solo de imaginarlo. La boca de Connor era suave y posesiva, y su lengua era inquieta y dulce.
—No… lo siento… no puedo hacer esto… —murmuró él, separándose de sus labios, aunque no era difícil ver cuánto le costaba.
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Connor vio el ligero temblor en los labios de Malía mientras abría mucho los ojos y lo miraba como si se hubiera vuelto loco de verdad.—Digo… si las monjitas ven a «mamá y papá» no harán muchas preguntas más, ¿verdad? No hay razón para que no podamos fingir por un rato.Malía se mordió el labio inferior y tragó en seco, sin mirarlo.—Sí, tienes razón… podemos fingir un rato —accedió mientras intentaba arrancar la tristeza de su rostro—. Me parece bien. Te lo agradezco.Connor no comprendió muy bien la expresión que tenía Malía, pero definitivamente no creía haberla hecho tan feliz como esperaba.La actitud de Malía hacia él era un poco distante últimamente, pero no podía culparla, después de todo estaba mandándole señal
Connor casi resbaló sobre la alfombra mientras encontraba la llave, se ponía una playera y salía corriendo hacia el departamento de… ella.Abrió la puerta de golpe y la vio pegada a la pared que daba a su cuarto, con la mirada un poco perdida y tratando de agarrarse de ella.—Connor…Pareció como si en ese mismo segundo supiera que estaba a salvo, porque el cerebro de Malía se desconectó en ese instante. Cayó hacia un costado y Connor no pudo alcanzarla antes de que impactara pesadamente contra el suelo.—¡Malía!Connor llegó con ella y le levantó medio cuerpo, quitándole el cabello de la cara y sacudiéndola. Llevaba un simple camisón de dormir que estaba empapado en sudor frío y se le pegaba al cuerpo.—Maldición, estás ardiendo en fiebre… ¡Malía! ¡Mal…!
Tenía que estar en el juzgado. Era un hecho y era mejor aferrarse a él que dejarse arrastrar de nuevo por todo lo que estaba sintiendo.Se arregló lo más rápido que pudo y le dio su biberón a Sam. Ese día tenía la última vista del juicio y no podía faltar. Por suerte Malía había pasado una buena noche y cuando Connor se asomó a su habitación a las siete de la mañana, ya estaba sentada en la cama, pensando cómo poner los pies en el suelo.—Hola tú… —le sonrió ella viéndolo en la puerta.Connor la miró como si encontrara por fin a una persona totalmente diferente. Había pasado semanas aceptando a aquel fantasma, pero ya no iba a hacerlo más. Ese día solucionaría de una vez por todas aquel sentimiento que no lo dejaba descansar.—Me alegro de verte mejor —dijo ac
Connor solo tuvo que gritar una vez para que los cuatro hombres de Felipe atravesaran el corredor y entraran en el departamento. —¿Lic.? —No están… Malía y Sam… no están… —dijo Connor casi sin poder respirar. Salió al corredor, sacó su teléfono y marcó el número de Malía, pero antes de que alcanzara el ascensor el sonido lo detuvo. El celular de Malía estaba sonando dentro de su propio departamento. Le hizo una señal a los hombres de Felipe y abrió la puerta de su departamento con cuidado, sin que la bisagra hiciera un solo sonido. Adentro estaba todo perfectamente ordenado también. Caminó hasta su cuarto, y el alma le regresó al cuerpo al ver a Malía acostada en su cama, mientras Sam dormía en su bambineto junto a ella. —¿Nena? —se acercó de prisa y trató de despertarla para asegurarse de que estuviera bien—. ¿Nena estás bien? ¿Qué haces aquí? Malía abrió un poco los ojos y bostezó. —Vine a buscar analgé
Malía cerró los ojos, disfrutando aquella sensación de infinito placer que se extendía por su cuerpo. Le cosquilleaban las palmas de las manos y su vientre se contraía de forma involuntaria cada vez que sentía los dientes de Connor cerrarse sobre su piel. La fuerza con que sus manos se anclaban en sus caderas era absurdamente deliciosa, como si solo con ese gesto pudiera adueñarse de ella.Metió las manos debajo de su playera, sintiendo el calor que se extendía por su espalda y no pudo evitar aquel gemido que salía de su boca. Lo deseaba, su cuerpo entero reaccionaba, temblaba o se estremecía con cada una de sus caricias. Perderse en sus labios era la sensación más embriagadora del mundo, y cuando la boca de Connor se escapó hacia su garganta, bajando hambrienta hacia su pecho, Malía sintió que las piernas le fallarían.Connor parecía un hombre
14 meses antes…Si Virginia había creído alguna vez que Connor Sheffield podía ser diferente, que podía confiar en él como no había confiado en ningún otro hombre, aquella esperanza murió dolorosamente en el mismo momento en que se encontró bajando hasta el estacionamiento de Sheffield & Lieberman.Su cerebro estaba embotado, no sentía las palmas de las manos y las náuseas no se le quitaban. Decir que tenía los nervios a flor de piel era poco, más bien estaba a punto de enloquecer. Toda su vida se había sentido desamparada, pero en aquel instante sentía simplemente que no tenía salida.Si regresaba a su casa, tarde o temprano su padre o Jason acabarían matándola o peor, matando a su bebé. Estaba a punto de hacerse un ovillo en el suelo cuando las llantas de un coche frenaron abruptamente frente a ella y el
5 meses antes…Aquel bebé llegó en medio de una de las mejores noches de primavera, con luna brillante y tráfico despejado. Ser primeriza no ayudó en nada, pero tener a Alejandro a un lado y a Talía al otro sí. Y nueve horas de parto terminaron mágicamente con las primeras luces del día, cuando la doctora le puso en los brazos a su bebé.—¡Mali, es precioso! —dijo Talía mientras le daba un beso en la mejilla.—Es un varoncito… —murmuró ella sin poder creer que aquel pedacito hermoso de criatura fuera suyo. Y por más que se repitió que los bebés recién nacidos no se parecían a nadie, se le estrujó el corazón porque ella era capaz de ver todos y cada uno de los rasgos en que se parecía a su padre. —¿Ya pensaste en un nombre? —le preguntó
Era fácil odiarlo. Malía se había repetido aquello una y otra vez a lo largo de las semanas que siguieron. Se lo había repetido hasta convencerse, porque era más fácil odiar a Connor que reconocer que había logrado revivir todas las mariposas muertas de su estómago.La primera había echado a volar exactamente el mismo día en que lo había visto colarse por su balcón, cuando se había dado cuenta de que Connor llevaba un año entero culpándose por su supuesta muerte. Malía jamás lo había visto así, jamás había imaginado que el hombre que había elegido su reputación por encima de ella, se hubiera convertido de repente en aquel hombre que se desmoronaba ante el llanto de un niño.Esa noche no supo exactamente cómo, pero aquella sensación que le atenazaba el pecho se lo reveló: Connor estab