|Narrador omnisciente| Una familia feliz, casi perfecta. Así eran los Kaiser a ojos del mundo. Dominick Kaiser, un hombre poderoso, la personificación del éxito. A su lado, su hermosa esposa y su único hijo, Alaric, un niño cuya sonrisa angelical parecía capaz de iluminar cualquier sombra.Pero aquella imagen de perfección se desmoronó en una sola noche, arrastrando a los Kaiser al abismo de un infierno inesperado.Alaric dormía plácidamente en su habitación cuando los gritos rompieron el silencio. Se despertó sobresaltado, el corazón latiéndole con fuerza al reconocer la voz de su padre, cargada de furia. Rara vez lo había escuchado enfadarse así.Con cuidado, bajó de la cama y se calzó las pantuflas. Salió de su cuarto de puntillas, consciente de que a esa hora debía estar dormido. Pero algo en la tensión de aquellos gritos le hizo ignorar la regla.Las voces provenían del despacho. Al acercarse, distinguió los sollozos quebrados de su madre y los rugidos incontrolables de su padre
|Dorothea Weber| Hoy me caso. ¿Quién lo diría? Yo, Dorothea Weber, casándome a estas alturas de mi vida. Nunca lo imaginé, ni en mis más remotos pensamientos.Ahora mismo soy un manojo de nervios. Los estilistas que Artem contrató trabajan en los últimos detalles de mi atuendo, y secretamente deseo que nunca terminen. Necesito prolongar este momento, al menos un poco más, para convencerme de que esto no es una locura precipitada.Un golpe en la puerta me saca de mis pensamientos. Es Roco.—Sus padres han llegado, señorita —anuncia con voz firme—. ¿Quiere que los haga pasar?Una sonrisa amplia e inevitable se dibuja en mis labios. Me giro hacia él con el rostro iluminado.—Sí, por favor. Hazlos pasar.Roco me observa de arriba abajo por un instante. Su mirada aprueba mi apariencia, y aunque no dice nada, su expresión lo confirma: estoy radiante. Asiente brevemente antes de retirarse.—Hemos terminado, señorita —dice una de las estilistas, con una leve inclinación—. Está preciosa.Sien
|Aisling Renn| —¡Kevin! —la voz de Lilith resuena a lo lejos, llamando al pequeño que corre hacia mí—. ¡Detente ahí, bribón!El niño, con las mejillas encendidas y la frente perlada de sudor, ignora su llamado. Sus cortas piernas avanzan con rapidez hasta alcanzarme, abrazándose con entusiasmo a mis piernas.—¡Ais! —exclama con la respiración entrecortada—. ¡Llegaste! ¡Te estaba esperando!.Ajusto la mochila en mi espalda y lo levanto en brazos, dejando un beso en sus regordetas mejillas. Su risa contagiosa llena el aire mientras me abraza con fuerza por el cuello.—Ya estoy aquí, pequeñuelo —le digo, mirando sus brillantes ojos marrones—. ¿Qué te he dicho sobre correr? Podrías lastimarte.—Quería recibirte —me responde con una sonrisa angelical—. ¿Me extrañaste?.—Muchísimo —respondo, plantándole otro beso—. Tanto que te traje un regalito.Sus ojos se iluminan al instante. Mientras dejo atrás la estación de tren, lo sostengo en mis brazos y avanzo hacia Lilith, que se acerca jadeand
|Alaric Kaiser|Cuánto deseé este momento. Cuánto mi corazón lo anhelaba, desgarrándose en silencio. No sé de dónde saqué la fuerza para soportarlo tanto tiempo. Tres meses infernales me consumieron, cada día una tortura en la que quería morir si no podía tenerla de nuevo conmigo.Por primera vez en mi vida, le rogué a Kate que me diera su paradero exacto. La hostigué con insistencia, prometiéndole que no buscaría retenerla, que solo necesitaba confirmar si de verdad quería dejarme para siempre. Les juré que no la obligaría, que no habría presiones, que solo… solo deseaba verla una vez más.Mi abuela, al principio, no estaba de acuerdo. Insistía en que debía dejarla en paz, seguir con mi vida. Pero, al verme atrapado en mi propio infierno, consumiéndome por la pena de su ausencia, terminó cediendo. Me dejó partir, aunque con reservas. Encontrarla no fue difícil; Kate, a quien siempre le estaré agradecido, me mostró el camino.Ahora, no me importa quién es ese hombre a su lado, ni quié
Alaric Kaiser bajó del avión con la elegancia de un hombre que estaba acostumbrado a dominar el mundo. Sus zapatos de cuero negro brillaban bajo la luz artificial de la pista mientras avanzaba hacia las dos hileras de hombres trajeados que lo esperaban con deferencia.Su cabello azabache, tan oscuro como la noche, estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos, del mismo tono oscuro y penetrante, reflejaban una frialdad aterradora. Llevaba un traje hecho a medida color negro, que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. La camisa del mismo color que asomaba impecable bajo el saco contrastaba con el brillo de los gemelos de oro que adornaban sus puños.Su porte era altivo, seguro, como el de un rey que acababa de regresar a su reino. No era solo un magnate; era un hombre que había conquistado su destino, y cada detalle de su presencia lo gritaba. Desde la firmeza de sus pasos hasta la mirada que lanzaba a los autos lujosos que lo esperaban,
~4 años después~—Señorita —la voz neutral de la institutriz Kate hizo que Aisling detuviera sus dedos sobre las teclas del piano—. Es hora de prepararse. —¿Tan pronto?.—Sí, por favor, debe darse prisa. Aisling asintió y se levantó sin objeciones. Ni siquiera se molestó en saber si esa persona estaría presente en un día que, para ella, no era más que una mera formalidad.Después de unos minutos arreglándose, Aisling bajó las escaleras ya lista para su graduación. Su institutriz, una mujer de lentes transparentes, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar, vestida siempre con una falda de tubo por debajo de las rodillas y una camisa blanca impoluta, la esperaba al pie de la escalera.Ni un elogio, ni una sonrisa. Solo un leve asentimiento de cabeza antes de guiarla hacia el exterior de la gran mansión. Estaba acostumbrada a esa vida. Las palabras innecesarias no tenían cabida en el régimen bajo el que había crecido; solo debía ser impecable y demostrar ser la mejor, nada má
—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo.—Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija.—No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre.Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, s
Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy