La rápida llegada de Daniela la conmovió profundamente, con una sensación de alivio tras escapar del peligro:—Muchas gracias, Daniela.—¿Por qué tan formal conmigo? —sonrió Daniela, mirando hacia el frente—. Además, no soy la única a quien debes agradecer.Luciana se sentía avergonzada de haberse puesto en esa situación tan difícil por culpa de un imbécil. Sin atreverse a mirar adelante, murmuró:—Gracias, abogado Campos.—De nada —respondió él con su habitual tono frío y sereno.Al llegar al hotel, Daniela y Luciana bajaron.—Vale —dijo Daniela.Sebastián se despidió, su mirada se detuvo en Luciana, notando que, a pesar de su calma, seguía pálida. Sus ojos se ensombrecieron, pero solo dijo:—Me voy.Mientras veían alejarse su auto, Daniela se enganchó del brazo de Luciana:—¿Sabes quién es? Ni imaginaba que mi abuelo tuviera tan buena relación con él.—Claro, es socio de Avanterra, el más prestigioso de los ocho grandes bufetes...—No, no, no. Ser abogado es lo menos importante de su
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