La carta de Alexander llegó a manos de la Duquesa Emily en una tarde tranquila, mientras las sombras del ocaso comenzaban a extenderse por la mansión de los Richmond. Con manos temblorosas, Emily rompió el sello y desplegó el papel, su corazón latiendo con fuerza al leer las palabras escritas con tanto cuidado y propósito. Con cada línea, su incredulidad crecía. Edward, su amado, estaba vivo. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, mezcla de alegría y desesperación. La noticia era agridulce; había pasado tantos años creyendo que Edward había sido víctima de la crueldad de su padre, Lord Henry. Ahora, la posibilidad de volver a verlo llenaba su corazón de esperanza y miedo. Emily se levantó del escritorio y caminó hacia la ventana, mirando el horizonte con la carta aún en sus manos. EEmily:Edward, estás vivo," susurró para sí misma, dejando que las lágrimas siguieran su curso. La emoción la abrumaba, pero también sentía una renovada fuerza. Si Edward estaba vivo, har
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