Su aliento ardiente se derramaba sobre su oreja, su pecho palpitaba, presionándose con fuerza contra su espalda desnuda.—¿Vas a salir así? ¿Te gusta tanto andar desnuda?¿Preferiría salir desnuda antes que quedarse?Mariana luchó.—¡Suéltame! ¿No fuiste tú quien me hizo desvestir? ¿Crees que no me he quitado suficiente? ¿Quieres que me quite las otras dos prendas también?Conteniendo sus emociones, con voz apagada, dijo: —Mateo, ¿sabes lo descarado que eres?Mateo, con el rostro tenso, incómodo por el roce, apretó los dientes y mantuvo la calma por un momento.Luego recogió un abrigo del suelo entre su ropa y la cubrió por detrás.—Si quieres irte, vete. Nadie te detiene, pero si sales por esa puerta, ¡las acciones de los Ramírez no tendrán nada que ver contigo!Mariana se volvió, con el cabello desordenado y el rostro enrojecido de ira. —¿Estás delirando? Nos estamos divorciando, dividiendo los bienes, y las acciones me las regaló mi abuelo. ¿Por qué no las tomaría? Te lo digo, no
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