Mis palabras parecieron desatar todas las emociones contenidas. Las lágrimas comenzaron a fluir sin control.—Sofía, qué bueno que estás aquí —sollozó Sara, abrazándome aún más fuerte.—Yo también me alegro de tenerte conmigo —respondí con la misma suavidad, sintiendo su dolor.Estos últimos años, Sara había deambulado por varias ciudades, siempre sola, sin familia, sin apoyo. La soledad la había desgastado profundamente. Y ahora, mientras la abrazaba, intentaba hacerle sentir que ya no estaba sola.Traté de consolarla.—Todos enfrentamos obstáculos, grandes y pequeños, pero cuando los superamos, nos damos cuenta de que lo que antes parecía insuperable, en realidad no lo era.—Yo también intento pensar así, pero hay días en los que uno se siente tan derrotado que parece que la vida pierde sentido —respondió Sara con tristeza, su voz apenas un susurro.—¿Cómo que no tiene sentido? —dije, tratando de inyectar optimismo en mis palabras—. El mundo está lleno de cosas maravillosas, solo nec
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