Isandro se mostró preocupado.—Hermano, esa batalla no es algo en lo que podamos intervenir. Para la Mano del Relámpago Eterno, por favor, no hagas nada imprudente.Rodolfo sujetó con firmeza a su hermano, temeroso de que, por un impulso, pudiera arrastrar a la Mano del Relámpago Eterno a un abismo del que no podrían salir jamás.—Juan, no puedes morir, por favor.En ese momento, Calista, que observaba atenta desde las sombras, también se sentía extremadamente ansiosa. Al darse cuenta de que quien le había ayudado antes era el legendario señor González, volvió en sí, solo para ver a Juan escupir un borbollón de sangre. Se sintió inútil, odiando su debilidad, incapaz de intervenir para salvarlo.A diferencia de lo que ocurría en la cima de la montaña, en la media ladera también había cantidad de cultivadores observando la escena.En medio de la multitud, un rostro rudo lleno de ira era el de Lozano. Aunque las escenas anteriores eran incomprensibles para él, al ver a Juan escupir sangre
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