—Elena, no se preocupe. El fin de los Ortiz está cerca. No dejaré que ninguno de los involucrados en el incendio del orfanato quede impune— prometió Juan con firmeza.Elena, con un nudo en la garganta, respondió: —Buen muchacho, sé que eres muy capaz, pero siempre recuerda priorizar tu propia seguridad. Tu vida es larga, por lo tanto, no dejes que el odio nuble tu juicio.—Además, estoy segura de que tu abuelo, el director, tampoco querría verte en peligro.—Elena no te preocupes, yo puedo manejarlo— aseguró Juan, agachándose para ponerse a su altura. Luego, preguntó con suavidad: —Por cierto, Elena, he descubierto que las hermanas siguen vivas. ¿Sabe usted dónde podrían estar?—No... yo tampoco lo sé— respondió Elena, con la mirada perdida y en un tono bastante apagado. —Durante ese terrible incendio, después de que te sacaron, Martita y yo creímos que todos íbamos a morir.—En el último momento, tu abuelo, el director, nos recordó que había un pozo seco en el patio y nos insistió a s
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