Pero era demasiado tarde para detenerme. En mi cabeza, repetí las palabras que necesitaba decirme a mí misma: que estaba marcada por la Diosa, que era la elegida, que era una Santa, y que ninguna orden debería poder contenerme. Si quería ir a matar a Thea, entonces, maldita sea, iría a matarla. Y
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