En pleno invierno, cuando salía un día soleado, Morgan y Ramón quedaron para jugar al golf.Ramón tuvo suerte hoy, logrando un hoyo en uno, lo que desencadenó la invitación a cenar por parte de los demás.Generoso, Ramón firmó varias facturas, regalando más de ciento cuarenta mil por un simple juego de golf.Morgan, vestido con ropa deportiva blanca y negra, con gafas de sol, miró hacia el hoyo en la colina, agitando su palo de golf, le dijo: —No necesitas darme la factura. Esa botella de coñac que tienes, la he tenido en la mira durante mucho tiempo. Dámela a mí.Ramón sonrió y regañó: —Eso es lo que tengo reservado para la boda. ¿Te atreves a pensarlo?Luis, sin interés en este tipo de deportes, solo estaba allí por diversión: —Enrique ya se casó. ¿Cuándo te casas, Ramón? ¿No llevas muchos años ya con tu novia?—Silvia no tiene tiempo este año. Discutiremos sobre la boda el próximo año —dijo Ramón, luego se volvió hacia Morgan—. Por cierto, escuché que la señorita López ahora es la s
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