En la habitación del hospital, el ambiente era extraño. Los tres se miraron mutuamente y casi al mismo tiempo se dieron cuenta de un problema. Don Raúl no recordaba a nadie, solo confundió a Valentina con su hija Citlali.—Citlali, papá te pide perdón. Durante veinte años has estado a la deriva y ahora que finalmente has vuelto a casa, a partir de ahora, a tu lado, papá te protegerá, —dijo don Raúl, sujetando la mano de Valentina con una voz envejecida que transmitía una firmeza inquebrantable.—Citlali, ¿me llamarías papá, por favor?—Citlali, si te niegas a llamarme, ¿es porque todavía estás enojada conmigo por no haberte buscado en estos veinte años y por haber querido a otra como si fuera mi hija? Tranquila, ahora que has vuelto, tú eres la señorita Valenzuela de la familia Valenzuela, ella no. ¿Me perdonas?Miraba a Valentina con ojos llenos de sinceridad y anhelo, como si esperara la reacción de «Citlali».Valentina, buscando ayuda, miró a Alonso y a Lucía. Lucía fruncía el ceño
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