—Señor—A Soledad le tembló la voz—. Qué le parecerá a usted, señor, gente como nosotros.Su actitud despectiva, su mirada desdeñosa, muy distinta de la del hombre que la ayudó frente a la policía, la burbuja rosa de su corazón pareció pinchada por algo afilado en un instante y convertida en nada.Sí, la gente como ella no merecía su respeto en absoluto, ¿verdad?—Señorita Jiménez , no te enfades—Lucía dijo suavemente—. Juan es nuestro amigo, y ahora que está en peligro, todos estamos ansiosos por él. Además, hay muchas dudas en este asunto, ¡así que todavía espero que la señorita Jiménez pueda decirnos sinceramente la verdad!Soledad se agachó silenciosamente para recoger la caja metálica del suelo y la apretó contra su pecho.¿Qué era la verdad?La verdad que había dicho mil veces, ¡pero no la creían!—¿Haciéndote la muda otra vez? —Daniel le apretó violentamente el brazo y alzó la voz.Soledad soltó un pequeño grito de dolor, después de conocerlo menos de un día, ya había sido pelliz
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