Astrid se dejó llevar por el que pasó corriendo, se tropezó y casi se cayó. Después de estabilizar sus pies, solo vio que la figura se alejaba rápidamente. De repente, alguien agarró el hombro de Astrid: –Jovencita, ¿puede hacerme un favor?– Astrid oyó una voz detrás de ella y se ocupó de girar la cabeza. Delante de ella había una mujer jadeante que, por su vestimenta, parecía tener una posición acomodada. –Me han robado el bolso, ¿puedes ayudarme?– La mujer miró a Astrid con sinceridad. Astrid la miró, todavía estaba dudando. Cuando vio la mirada cansada de la mujer, asintió y sin más dudas, persiguió al ladrón hacia donde había desaparecido. Astrid sabía que, por lo general, las personas ricas como esta no les preocupa que les robaran, a menos que realmente tuvieran algo importante. Tan importante que el dinero no pudiera comprarlo de nuevo, y viendo cómo esa mujer tenía prisa ahora mismo, la bolsa debía tener algo importante. De hecho, este tipo de cosas es muy fácil para As
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