Una Flor Sustituta
Una Flor Sustituta
Por: Starlight
Capítulo 1

Las ruedas de las camionetas chirriaron contra el pavimento en el momento de frenar, rompiendo el silencio de la noche.

Sin demora, docenas de hombres bajaron de un salto de los vehículos y corrieron alrededor de la bodega tomando sus posiciones. Era un pequeño ejército de soldados armados y listos para actuar. Las órdenes eran silenciosas, gestos con las manos y susurros por los intercomunicadores que les indicaban exactamente qué hacer.

No se alcanzaba a percibir ningún sonido en el interior del edificio y el comandante de ese operativo estaba aterrado, aunque su semblante duro y el ceño fruncido no dejaran traslucir sus sentimientos de pánico, en su interior, él se estaba derrumbando a cada segundo con el pensamiento aterrador de que ya fuera demasiado tarde para salvar a su esposa.

Una enorme puerta oxidada y corroía era todo lo que lo separaba de un reencuentro feliz o del peor hallazgo de su vida, aunque quisiera sentarse y respirar un poco, él no podía darse el lujo de perder un solo segundo, así que le asintió a sus hombres, quienes embistieron el metal con el ariete arrojando la puerta al suelo, esta cayó con un golpe sordo levantando una nube de polvo y mal olor.

Todos estaban preparados para enfrentarse a los enemigos, las armas apuntaban al mismo lugar y los dedos de cada hombre bailaban en los gatillos listos para disparar, sin embargo, una vez que pasó el estruendo de la puerta, no se escuchó ningún otro sonido. Eso era más espeluznante que si hubieran recibido toda una lluvia de balas como bienvenida.

Con suma cautela, los encargados de cubrir el frente se fueron adentrando en la bodega, iluminando con sus linternas en todas direcciones; ellos no podían confiarse de que no se tratara de una emboscada. Aparte del penetrante olor a humedad y madera podrida, no había más que cajas amontonadas y suciedad.

—¿No hay nada? —La profunda voz que se escuchó a sus espaldas los hizo enderezarse.

La dominante presencia se sintió en el acto, era un hombre alto que portaba un chaleco antibalas y empuñaba su arma con la mano derecha, con la izquierda alumbraba en dirección al fondo de la bodega. Él estaba a punto de perder los estribos y comenzar a gritar, no era posible que hubieran caído en una trampa.

—¡Aquí, Rubén! ¡Ella está aquí!

El grito de Sergio en el otro lado del lugar le revolvió las entrañas, Rubén tenía tanto miedo de acercase como necesidad de hacerlo. Hasta unos cuantos días atrás, no había nada en el mundo que pudiera convertirlo en un puñado de nervios, ansiedad y temblores. Claro que no, él lideraba la mafia más poderosa de Salento, había combatido con psicópatas desalmados sin pestañear, miedo era una palabra que no existía en su vocabulario.

Aun así, lo único que podía hacerle temblar las rodillas y las manos, era la posibilidad de perder a su amada esposa, eso era más aterrador que el fin del mundo para Rubén.

Con pasos que aparentaban una seguridad que no tenía, se acercó hacia su amigo con la linterna en la mano mientras suplicaba a un dios en el que no creía pidiendo que Rosanna estuviera a salvo. Sus ojos se encontraron con algunos hombres que rodeaban un colchón sucio en el suelo, las manchas de sangre que alcanzaba a percibir le aumentaron el ritmo cardiaco todavía más, él iba a sufrir un infarto si no lograba calmarse un poco.

La respiración también se le agitó, sus fosas nasales se abrían mientras bufaba batallando por llevar aire hasta sus pulmones, de verdad estaba mareado, las cosas se veían borrosas y él estaba muy seguro de que iba a vomitar en cualquier momento. Lo único que lo trajo a la realidad, fue ese cabello rubio sobre la tela sucia y la mano de Sergio acariciando una frente ensangrentada. Rubén podía jurar que en ese momento el tiempo se detuvo junto con su corazón.

—¿Es ella? ¿Está viva? —Fue inevitable que la voz se le quebrara con la última pregunta, si veía a Sergio negar, iba a comenzar a quemar el mundo entero.

—Sí, es Rosie, está viva.

Bien, eso era todo lo que necesitaba para lanzarse y eliminar el par de metros que lo separaban de su esposa con dos zancadas largas. Cayó de rodillas al suelo y la sangre se le calentó como si fuera lava ardiente al ver el estado de su esposa. La joven estaba claramente inconsciente, su precioso rostro era una masa deforme e inflamada de color rojo y purpura, las muñecas le sangraban por el daño de las cuerdas sobre su piel y sus tobillos estaban en el mismo estado.

Apenas usaba un camisón delgado y sucio que se pegaba a su cuerpo por la humedad de la sangre y lo que esperaba que fuera sudor. Las costillas marcadas le confirmaron que su amada esposa había vivido un verdadero infierno durante esas dos semanas que estuvo secuestrada.

Rubén podía jurar por el cielo y por el infierno que iba a despedazar con sus propias manos a los responsables de esa afrenta.

Mientras él repasaba sus heridas, Sergio había cortado las ataduras y, cuando al fin estuvo libre, Rubén la levantó en sus brazos, quería ponerse a llorar por el dolor que le causaba verla en ese estado tan deplorable, siempre la había cuidado como a la flor más delicada y preciosa; pero ya habría tiempo para lamentos y venganza, ahora solo quería asegurarse de que Rosanna estuviera a salvo y se recuperara.

—Ya viene llegando la ambulancia, todo está arreglado en el hospital del sur para que lo reciban sin preguntas.

—Gracias, Sergio.

—¿Quieres que vaya contigo?

—No, que el grupo delta me siga, a los demás los quiero peinando cada milímetro de este lugar hasta que encuentren rastros.

—Como digas.

Rubén recostó el cuerpo lastimado de su esposa sobre la camilla y se apartó para que los paramédicos pudieran revisarla, afortunadamente, no tenía heridas de gravedad, al menos no aparentes, debían examinarla para comprobar su estado real, pero, por lo pronto, él suspiró aliviado y se subió a la ambulancia.

La había encontrado viva y esa ya era una gran victoria.

Tal y como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna, Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Hernández, quien le respondió de la misma manera, la joven estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y ya tenían un trato al respecto, sin embargo, la paciente era demasiado importante en esta oportunidad.

—Es mi esposa, Azucena.

Esa corta oración llevaba contenido un peso tan grande que la pobre joven cerró los ojos y suspiró, eso era prácticamente una sentencia de muerte, si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital también.

—La atenderemos bien, señor Salazar, le avisaré sobre su estado en cuanto pueda.

Rubén sabía que ya no podía hacer nada más, su esposa debía ser revisada y atendida, él solo podía esperar y asesinar con los ojos a todos a su paso para asegurarse de que hicieran bien su trabajo. También necesitaba verificar que las cosas en su casa estuvieran bien.

—Margarita, ¿cómo está mi niña?

—Ya está durmiendo, señor. Estaba triste por… Bueno…

—Ya la rescatamos; pero deben revisarla en el hospital, no creo que yo llegue hoy, trata de calmarla.

—Claro, así lo haré, señor.

—Avísame cualquier cosa, Tomás sabe que no puede entrar ni una mosca en la casa, pero igual, ten cuidado.

—Como ordene, señor.

Rubén colgó la llamada torciendo los ojos, Margarita siempre parecía un robot cuando hablaba con él, todo era: “sí señor”, “no señor” y él estaba seguro de que la chica le tenía mucho miedo, incluso si se conocían desde niños, pero lo importante era que ella trataba a su pequeña florecita como si fuera su propia hija, la quería y la cuidaba con esmero, la niña también la adoraba, así que la mujer, más que una niñera, era un miembro más de la familia.

En las más de dos horas que tuvo que esperar antes de que Azucena viniera a darle noticias de su esposa, solo recibió una mala noticia tras otra. Sergio le informó que no encontraron nada en el lugar y Rubén sabía que, con su segundo a cargo, no habría una aguja que pudiera perderse en esa bodega. Quien quiera que estuviera detrás del secuestro de su esposa lo había hecho muy bien, porque ni siquiera él, con todo su poder y sus contactos, había conseguido pistas.

De solo recordar la imagen de su hermosísima esposa con tantos golpes encima tuvo que apretar los puños y los dientes, porque de lo contrario, se rompería los nudillos contra la pared o le partiría todos los huesos al primer desafortunado que se le atravesara en el camino.

—Señor Salazar. —La joven doctora lo sacó de su nebulosa de rabia y la expresión temerosa que traía no le gustó nada.

—¿Cómo está mi esposa?

—Tiene algunas lesiones internas, pero no es necesaria una cirugía, ella se irá curando poco a poco. La lastimaron bastante.

A Rubén no le gustó nada el tono que usó la doctora para decir eso.

—¿Qué quieres decir? ¿Abusaron de ella?

—No, al menos no hay lesiones evidentes de ese tipo; pero tiene marcas de quemaduras que se producen por electricidad y detectamos una leve arritmia cardiaca. Lamento informarle que a su esposa la torturaron por mucho tiempo. Está muy deshidratada y desnutrida, lleva varios días sin comer. También tiene dos costillas rotas, tendremos que dejarla hospitalizada por unos días y bajo sedación, le dolería mucho despertar justo ahora.

—No puede ser… —Rubén sintió que las fuerzas abandonaron su cuerpo y las piernas le flaquearon, tuvo que sentarse de nuevo— ¿Ella va a estar bien?

—Hay secuelas que no podremos evaluar hasta que despierte. Físicamente va a sanar. Presenta un fuerte golpe en la cabeza, pero la tomografía no evidencia edema o alguna lesión considerable, aun así, no podré darle un diagnóstico preciso hasta que ella despierte dentro de unos días. Debe estar preparado para que ella necesite ayuda psicológica, el trauma tras el secuestro debe ser muy grande.

Rubén asintió con la mirada perdida, era definitivo que en cuanto pusiera sus manos sobre los causantes de todo esto, ellos iban a desear no haber nacido.

—¿Puedo verla?

—Claro, venga conmigo.

Rubén siguió a la doctora hasta la habitación de su esposa; tal y como él había solicitado, toda esa ala del hospital estaba desocupada por seguridad. Al final del pasillo, tras abrir la puerta marrón, se encontró con una imagen que le rompió el corazón.

Incluso dentro de la bodega y en el trayecto, la luz era escasa y él no pudo discernir la gravedad de las lesiones, ahora, al verla tan bien iluminada, de verdad tuvo que esforzarse para no soltarse a llorar.

Ese rostro perfecto que tanto amaba estaba destrozado, grandes marcas lo cubrían ahora, los diferentes tonos de intensidad en los moretones le indicaron que se habían producido en distintas ocasiones, Rossana había sido golpeada por días.

Uno de sus ojitos estaba completamente hinchado, los parpados se confundían con las cejas, incluso si ella intentara abrirlo no sería capaz. La imagen le recordó a las consecuencias de las peleas clandestinas, su pequeño amor había sufrido demasiado en todos esos días en los que él fue incapaz de encontrarla.

El corazón se le apretó inevitablemente en el pecho y la amargura subió de su estómago a su garganta como una llama de fuego que lo quemaba por dentro, él incluso había dudado de que se tratara de un secuestro real.

La desaparición de Rosanna ocurrió luego de una discusión entre ellos, cuando Rubén se negó a dejarla viajar sola en un crucero, así que su primer instinto lo llevó a pensar que era un nuevo berrinche de su esposa; esas horas que perdió sin salir a buscarla enfriaron todas las pistas y los llevaron a la larga búsqueda que facilitó este abuso.

Él nunca se lo iba a perdonar.

Rubén la acaricio suavemente, aunque estuviera sedada no quería causarle ningún dolor, recorrió con la yema de los dedos la piel que no estaba lastimada y le dejó un suave beso en los labios antes de salir de la habitación.

Ese hospital se iba a convertir en una fortaleza durante el tiempo que Rosanna permaneciera allí. No obstante, no había nada que él pudiera hacer por su esposa mientras ella dormía, su misión ahora era buscar a quienes la habían lastimado y brindarle su merecida venganza.

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